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DAMIAN LEANDRO SARRO
RAMIRISMO, EL
CIUDAD GOTICA

Páginas: 168
Formato: 15 x 22 cm.
Peso: 3.0 kgs.
ISBN: 9789875974944

Prólogo de Javier de Navascués (Catedrático y Director del Departamento de Filología de la Universidad de Navarra, especialista en literatura hispanoamericana y argentina). En los años ochenta del siglo pasado La gloria de Don Ramiro todavía se estudiaba en las universidades españolas. Cuando la tuve que leer por primera vez, me gustó. Aquella prosa suntuaria me situaba en un territorio familiar, es decir, el que yo estaba construyendo aplicadamente con mis lecturas juveniles. A través de las páginas de Larreta uno ingresaba en una serie de autores reconocibles (Miró, Azorín o Valle-Inclán, digamos) y en una poética verbal que se elevaba a las alturas del canon. Sin embargo, poco después, cuando inicié mi doctorado en literatura argentina y visité Buenos Aires por primera vez, algo empezó a fallar. A mis interlocutores aquella novela no les parecía tan brillante como yo esperaba; más aún, suscitaba ciertas burlas irónicas que me hacían dudar de mis propias convicciones. ¿No era cierto que el estilo de Larreta podía sonar artificial, amanerado? Y esa España del Siglo de Oro, ¿no sería un revoltijo de tópicos superficiales? ¿Y si la literatura hispánica se había visto entorpecida por un amor a la retórica que no se encontraba en otras tradiciones europeas? De hecho, los escritores argentinos que me fascinaban nada tenían que ver con el programa estético de Larreta. Empecé a sospechar que quienes criticaban tanto la novela quizá tuvieran algo de razón. Entretanto, mientras yo andaba vacilando en mis juicios, La gloria de Don Ramiro se había dejado de reeditar. ¿Quién no la ha leído en las viejas y heroicas ediciones de la colección Austral? La versión española más reciente la publicó el Ayuntamiento de Ávila hace veinte años. El tiempo no ha sido misericordioso con la obra mayor de Enrique Larreta. Su destino, más que discutido o polémico, la ha convertido en víctima de un lento pero implacable naufragio. Tras considerarse la novela más importante del modernismo hasta mediados del siglo XX, después de ser elogiada y estudiada por críticos como Jacinto Benavente, Pardo Bazán, Amado Alonso o Juan Carlos Ghiano, su cualificación no ha parado de ir descendiendo puestos en el mercado literario. Es justo decir que le surgieron poderosos enemigos. Si en la formación del canon es fundamental contar con el apoyo del centro del campo literario, La gloria de Don Ramiro chocaba con las posiciones de Borges y del grupo de Sur, poco amistoso en general con la tradición peninsular y mucho menos con lo que por aquel entonces se denominaba Hispanidad, un concepto que había estimulado Ramiro de Maeztu durante su etapa de diplomático en la Argentina y que había tenido singular acogida entre los cenáculos nacionalistas y católicos del país. Borges expresó su distancia total de lo que representaba la novela de Larreta en su famoso El escritor argentino y la tradición. Como buen polemista, lo hizo del modo más eficaz y malicioso posible: despreciando a quienes invocaban la herencia de España para la fundación de la literatura argentina sin decir el nombre concreto del enemigo. Ignoró a Larreta siempre que pudo y se rio a sus espaldas con la colaboración entusiasta de su amigo Bioy Casares. Desde la otra orilla ideológica, los jóvenes de Contorno también se entregaron a la labor de demolición. Ismael Viñas y Noé Jitrik aseguraban que el modo de escribir de Larreta no les daba ni frío ni calor, lo que era una manera de decir que abandonaban la novela escondida en la heladera. Este libro honesto y valiente de Damián Leandro Sarro viene a reconstruir la historia del auge y caída de La gloria de Don Ramiro. Partiendo de un serio recorrido crítico y bibliográfico, analiza cómo se leyó desde su primera recepción hasta la última publicación académica de calado, que data de 2009. Las voces elogiosas de lectores autorizados predominaron dentro y fuera de la Argentina a lo largo de varias décadas hasta que nuevos paradigmas interpretativos y prejuicios políticos fueron imponiéndose. La perspectiva historicista de este libro permite comprender por qué no se pueden aceptar valoraciones todavía actuales como las de Martín Prieto, para quien la novela ya nada tenía que decir en los años veinte del siglo pasado. En realidad, como se detalla aquí, se tradujo a numerosos idiomas y se siguió comentando. Con ella, por ejemplo, fundamentó Amado Alonso un libro clásico sobre el género de la novela histórica. La gloria de Don Ramiro, gracias a la opulencia de su prosa y a su trama que une el mundo europeo y americano, ofrece una respuesta aquejada de las tensiones propias del movimiento que renovó de forma decisiva las letras en español. En el fondo, los reproches que se le han hecho preservan los prejuicios de una lectura superficial y formalista del modernismo, hoy en día ya totalmente arrumbada. No es el modernismo una escuela preciosista, apolítica y aislada del mundo exterior, sino, por el contrario, una reacción moderna ante la crisis finisecular de los dogmas positivistas que habían imperado décadas atrás. La hispanofilia de Larreta no es un monumento exotista y diletante, sino que, como señala Sarro, conecta con los debates de la generación del Centenario en torno a la identidad nacional. Además, me gustaría añadir, desde un punto de vista histórico, anticipa en veinte años a otras corrientes interesadas en la rememoración escrita del espacio americano, tal el caso del colonialismo mexicano. Su alcance no solo se limita a la literatura, sino que la trasciende. El Museo Larreta, acaso el más exitoso lugar de la memoria que haya emanado de la novela, es un ejemplo de un estilo arquitectónico que proyectaron numerosos arquitectos argentinos como Ángel Guido, Estanislao Pirovano, Martín Noel, etc. En realidad, toda América, de norte a sur, participó de esa hispanofilia. Como ha estudiado recientemente Richard Kagan, toda una moda hispanista incluso sacudió los Estados Unidos desde 1880 hasta 1936 aproximadamente, abarcando ámbitos tan diversos como la arquitectura, el cine, la novela, el ensayo, la gestión cultural o el mercado del arte. En ese entorno surge y se difunde La gloria de Don Ramiro, superando fronteras. Guste o no y pese a quien le pese, forma parte indispensable del patrimonio cultural argentino y latinoamericano. Es lógico que los sucesores de Larreta se apartaran de él, pero hoy ya no tiene tanto sentido. El mundo académico lo descarta, a imitación de las normas propuestas por los escritores, quienes desde hace mucho tiempo no ven en el estilo preciosista un referente para sus propios intereses. Sin embargo, cabe pensar si el valor estimulante de la prosa por sí misma es una razón suficiente como para soslayar a una obra literaria del pasado. Si argumentamos de modo radical tendremos que revisar la perdurabilidad de cualquier clásico, sin importar lo fundamental que sea. ¿Quién se anima a escribir como Sarmiento o como Hernández? La gauchesca, hoy en día en Argentina, solo se reanima narrativamente desde la parodia y eso no hace que se conmuevan los cimientos de su valor en el canon literario del siglo XIX. Aun así, la principal objeción de los detractores continúa apelando a la inactualidad y a la falta de relación con el contexto histórico, real, del país. ¿Cómo leer hoy este libro elegante pero cubierto de polvo, de sus posibles lectores olvidado en un rincón como el arpa de Bécquer? ¿Qué nos incita a volver a él? ¿De qué modo puede subvertir nuestro horizonte de expectativas, proponer nuevas miradas, ser leído desde el siglo XXI? El autor sugiere varias vías de comprensión desde la representación de las subjetividades femeninas, el malestar freudiano, la constitución del otro, etc. No obstante, a mi modo de ver, su principal aportación está en el abordaje del concepto del ramirismo, que vendría a comparecer a partir de la tensión de dos fuerzas antagónicas que cohabitan y se enfrentan en el interior del protagonista. De un lado, el espíritu esencialmente castellano, austero y ascético, encarnado en Doña Guiomar y su preceptor; de otro, el erotismo arrebatador del mundo musulmán, cuyo mejor exponente es la sensualísima Aixa. Marcado por la bastardía de su nacimiento, Ramiro es un héroe problemático, cuyas contradicciones no son tan solipsistas, sino que manifiestan un espíritu cuya impronta marca el ingreso del mundo hispánico en la modernidad. Esta dualidad interna manifiesta, siempre según el presente estudio, las fuerzas antagónicas que se enfrentaron en las celebraciones del Centenario: la hispanofilia y la hispanofobia, o, en otras palabras, la revisión historicista o la crítica al antiguo orden colonial. Los dos polos pueden leerse en el conflicto existencial de Don Ramiro, y así lo han reconocido los estudios más comprensivos de una novela que merece ser releída más de un siglo después a la luz de nuevas sensibilidades. No es otra la tarea a la que se aboca el libro que el lector tiene en las manos.

RAMIRISMO, EL

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CIUDAD GOTICA

Páginas: 168
Formato: 15 x 22 cm.
Peso: 3.0 kgs.
ISBN: 9789875974944

Prólogo de Javier de Navascués (Catedrático y Director del Departamento de Filología de la Universidad de Navarra, especialista en literatura hispanoamericana y argentina). En los años ochenta del siglo pasado La gloria de Don Ramiro todavía se estudiaba en las universidades españolas. Cuando la tuve que leer por primera vez, me gustó. Aquella prosa suntuaria me situaba en un territorio familiar, es decir, el que yo estaba construyendo aplicadamente con mis lecturas juveniles. A través de las páginas de Larreta uno ingresaba en una serie de autores reconocibles (Miró, Azorín o Valle-Inclán, digamos) y en una poética verbal que se elevaba a las alturas del canon. Sin embargo, poco después, cuando inicié mi doctorado en literatura argentina y visité Buenos Aires por primera vez, algo empezó a fallar. A mis interlocutores aquella novela no les parecía tan brillante como yo esperaba; más aún, suscitaba ciertas burlas irónicas que me hacían dudar de mis propias convicciones. ¿No era cierto que el estilo de Larreta podía sonar artificial, amanerado? Y esa España del Siglo de Oro, ¿no sería un revoltijo de tópicos superficiales? ¿Y si la literatura hispánica se había visto entorpecida por un amor a la retórica que no se encontraba en otras tradiciones europeas? De hecho, los escritores argentinos que me fascinaban nada tenían que ver con el programa estético de Larreta. Empecé a sospechar que quienes criticaban tanto la novela quizá tuvieran algo de razón. Entretanto, mientras yo andaba vacilando en mis juicios, La gloria de Don Ramiro se había dejado de reeditar. ¿Quién no la ha leído en las viejas y heroicas ediciones de la colección Austral? La versión española más reciente la publicó el Ayuntamiento de Ávila hace veinte años. El tiempo no ha sido misericordioso con la obra mayor de Enrique Larreta. Su destino, más que discutido o polémico, la ha convertido en víctima de un lento pero implacable naufragio. Tras considerarse la novela más importante del modernismo hasta mediados del siglo XX, después de ser elogiada y estudiada por críticos como Jacinto Benavente, Pardo Bazán, Amado Alonso o Juan Carlos Ghiano, su cualificación no ha parado de ir descendiendo puestos en el mercado literario. Es justo decir que le surgieron poderosos enemigos. Si en la formación del canon es fundamental contar con el apoyo del centro del campo literario, La gloria de Don Ramiro chocaba con las posiciones de Borges y del grupo de Sur, poco amistoso en general con la tradición peninsular y mucho menos con lo que por aquel entonces se denominaba Hispanidad, un concepto que había estimulado Ramiro de Maeztu durante su etapa de diplomático en la Argentina y que había tenido singular acogida entre los cenáculos nacionalistas y católicos del país. Borges expresó su distancia total de lo que representaba la novela de Larreta en su famoso El escritor argentino y la tradición. Como buen polemista, lo hizo del modo más eficaz y malicioso posible: despreciando a quienes invocaban la herencia de España para la fundación de la literatura argentina sin decir el nombre concreto del enemigo. Ignoró a Larreta siempre que pudo y se rio a sus espaldas con la colaboración entusiasta de su amigo Bioy Casares. Desde la otra orilla ideológica, los jóvenes de Contorno también se entregaron a la labor de demolición. Ismael Viñas y Noé Jitrik aseguraban que el modo de escribir de Larreta no les daba ni frío ni calor, lo que era una manera de decir que abandonaban la novela escondida en la heladera. Este libro honesto y valiente de Damián Leandro Sarro viene a reconstruir la historia del auge y caída de La gloria de Don Ramiro. Partiendo de un serio recorrido crítico y bibliográfico, analiza cómo se leyó desde su primera recepción hasta la última publicación académica de calado, que data de 2009. Las voces elogiosas de lectores autorizados predominaron dentro y fuera de la Argentina a lo largo de varias décadas hasta que nuevos paradigmas interpretativos y prejuicios políticos fueron imponiéndose. La perspectiva historicista de este libro permite comprender por qué no se pueden aceptar valoraciones todavía actuales como las de Martín Prieto, para quien la novela ya nada tenía que decir en los años veinte del siglo pasado. En realidad, como se detalla aquí, se tradujo a numerosos idiomas y se siguió comentando. Con ella, por ejemplo, fundamentó Amado Alonso un libro clásico sobre el género de la novela histórica. La gloria de Don Ramiro, gracias a la opulencia de su prosa y a su trama que une el mundo europeo y americano, ofrece una respuesta aquejada de las tensiones propias del movimiento que renovó de forma decisiva las letras en español. En el fondo, los reproches que se le han hecho preservan los prejuicios de una lectura superficial y formalista del modernismo, hoy en día ya totalmente arrumbada. No es el modernismo una escuela preciosista, apolítica y aislada del mundo exterior, sino, por el contrario, una reacción moderna ante la crisis finisecular de los dogmas positivistas que habían imperado décadas atrás. La hispanofilia de Larreta no es un monumento exotista y diletante, sino que, como señala Sarro, conecta con los debates de la generación del Centenario en torno a la identidad nacional. Además, me gustaría añadir, desde un punto de vista histórico, anticipa en veinte años a otras corrientes interesadas en la rememoración escrita del espacio americano, tal el caso del colonialismo mexicano. Su alcance no solo se limita a la literatura, sino que la trasciende. El Museo Larreta, acaso el más exitoso lugar de la memoria que haya emanado de la novela, es un ejemplo de un estilo arquitectónico que proyectaron numerosos arquitectos argentinos como Ángel Guido, Estanislao Pirovano, Martín Noel, etc. En realidad, toda América, de norte a sur, participó de esa hispanofilia. Como ha estudiado recientemente Richard Kagan, toda una moda hispanista incluso sacudió los Estados Unidos desde 1880 hasta 1936 aproximadamente, abarcando ámbitos tan diversos como la arquitectura, el cine, la novela, el ensayo, la gestión cultural o el mercado del arte. En ese entorno surge y se difunde La gloria de Don Ramiro, superando fronteras. Guste o no y pese a quien le pese, forma parte indispensable del patrimonio cultural argentino y latinoamericano. Es lógico que los sucesores de Larreta se apartaran de él, pero hoy ya no tiene tanto sentido. El mundo académico lo descarta, a imitación de las normas propuestas por los escritores, quienes desde hace mucho tiempo no ven en el estilo preciosista un referente para sus propios intereses. Sin embargo, cabe pensar si el valor estimulante de la prosa por sí misma es una razón suficiente como para soslayar a una obra literaria del pasado. Si argumentamos de modo radical tendremos que revisar la perdurabilidad de cualquier clásico, sin importar lo fundamental que sea. ¿Quién se anima a escribir como Sarmiento o como Hernández? La gauchesca, hoy en día en Argentina, solo se reanima narrativamente desde la parodia y eso no hace que se conmuevan los cimientos de su valor en el canon literario del siglo XIX. Aun así, la principal objeción de los detractores continúa apelando a la inactualidad y a la falta de relación con el contexto histórico, real, del país. ¿Cómo leer hoy este libro elegante pero cubierto de polvo, de sus posibles lectores olvidado en un rincón como el arpa de Bécquer? ¿Qué nos incita a volver a él? ¿De qué modo puede subvertir nuestro horizonte de expectativas, proponer nuevas miradas, ser leído desde el siglo XXI? El autor sugiere varias vías de comprensión desde la representación de las subjetividades femeninas, el malestar freudiano, la constitución del otro, etc. No obstante, a mi modo de ver, su principal aportación está en el abordaje del concepto del ramirismo, que vendría a comparecer a partir de la tensión de dos fuerzas antagónicas que cohabitan y se enfrentan en el interior del protagonista. De un lado, el espíritu esencialmente castellano, austero y ascético, encarnado en Doña Guiomar y su preceptor; de otro, el erotismo arrebatador del mundo musulmán, cuyo mejor exponente es la sensualísima Aixa. Marcado por la bastardía de su nacimiento, Ramiro es un héroe problemático, cuyas contradicciones no son tan solipsistas, sino que manifiestan un espíritu cuya impronta marca el ingreso del mundo hispánico en la modernidad. Esta dualidad interna manifiesta, siempre según el presente estudio, las fuerzas antagónicas que se enfrentaron en las celebraciones del Centenario: la hispanofilia y la hispanofobia, o, en otras palabras, la revisión historicista o la crítica al antiguo orden colonial. Los dos polos pueden leerse en el conflicto existencial de Don Ramiro, y así lo han reconocido los estudios más comprensivos de una novela que merece ser releída más de un siglo después a la luz de nuevas sensibilidades. No es otra la tarea a la que se aboca el libro que el lector tiene en las manos.