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JUAN PEDRO SOMODI
ENZO
MANSALVA

Páginas: 178
Formato: 21,5 x 14 cm.
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 9789878337470

Hay una sonrisa en su rostro. Sus ojos cerrados, su boca se agita con un movimiento leve como si estuviera saboreando algo y entonces se entreabre un poco, se deja ver su lengua, un quejido parece querer salir de los labios paspados, que estuvieron amoratados como y por causa de los de Italia que por horas, en el escondrijo predilecto del bosquecillo, estuvieron sobre y bajo los suyos lamiendo, mordiendo, besando, diciendo todo el amor posible mientras sus manos en raptos de descontrol y censura se persiguen de arriba abajo todo carne, hundiéndose poco y torpemente las de niños las yemas desuñadas en busca del placer, del punto sin retorno donde el control es obliterado y la pasión puede empezar a desentorpecerse, al fin, en el momento en que su mano que ya se enseñorea hace tanto debajo de la pollera se prende de la bombacha y tira y se cuela sin ser contenida y las nalgas y el espacio entre ellas y su sudor y vello ahora le pertenecen y mientras en un movimiento circular y supinatorio, amoroso, anhelante va avanzado como puede se encuentra simultáneamente con quejidos inauditos, respiraciones tales que todas las anteriores de aquella y de todas las veces anteriores resultan ahora sólo un tímido esbozo...

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Hay una sonrisa en su rostro. Sus ojos cerrados, su boca se agita con un movimiento leve como si estuviera saboreando algo y entonces se entreabre un poco, se deja ver su lengua, un quejido parece querer salir de los labios paspados, que estuvieron amoratados como y por causa de los de Italia que por horas, en el escondrijo predilecto del bosquecillo, estuvieron sobre y bajo los suyos lamiendo, mordiendo, besando, diciendo todo el amor posible mientras sus manos en raptos de descontrol y censura se persiguen de arriba abajo todo carne, hundiéndose poco y torpemente las de niños las yemas desuñadas en busca del placer, del punto sin retorno donde el control es obliterado y la pasión puede empezar a desentorpecerse, al fin, en el momento en que su mano que ya se enseñorea hace tanto debajo de la pollera se prende de la bombacha y tira y se cuela sin ser contenida y las nalgas y el espacio entre ellas y su sudor y vello ahora le pertenecen y mientras en un movimiento circular y supinatorio, amoroso, anhelante va avanzado como puede se encuentra simultáneamente con quejidos inauditos, respiraciones tales que todas las anteriores de aquella y de todas las veces anteriores resultan ahora sólo un tímido esbozo...