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STEVEN MILLHAUSER
AUGUST ESCHENBURG
INTERZONA

Páginas: 80
Formato: 21 x 13 cm.
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 9789877900125

interZona presenta una nueva edición de la primera traducción de la obra de Steven Millhauser hecha en la Argentina, un trabajo exquisito de Marcelo Cohen. Fines del siglo XIX: la época que dio luz al tren y la fotografía concluye para dejar paso a la del cinematógrafo. Sin embargo, en una avenida bulliciosa de Berlín cientos de paseantes se agolpan contra las vidrieras de un emporio comercial, atónitos ante unos muñecos animados capaces de expresar emociones con todos los rasgos de la cara. El creador de esas maravillas es un joven provinciano que aprendió los secretos de la mecánica en la relojería de su padre. Su fantástico don para fabricar autómatas de vivacidad sobrenatural y un erotismo melancólico le ganará un lugar, primero, en los escaparates de la moda, y luego en la vida nocturna berlinesa. Pero ese talento que hechiza a algunos adeptos no podrá con la tosca sensualidad de las nuevas masas urbanas. A August Eschenburg no le importa soñar sueños errados. A Steven Millhauser, tampoco. Y la literatura, y la inquieta prosa del mundo, lo agradecen y se alumbran, por un instante, como vidrieras. María Negroni

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Páginas: 80
Formato: 21 x 13 cm.
Peso: 0.3 kgs.
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interZona presenta una nueva edición de la primera traducción de la obra de Steven Millhauser hecha en la Argentina, un trabajo exquisito de Marcelo Cohen. Fines del siglo XIX: la época que dio luz al tren y la fotografía concluye para dejar paso a la del cinematógrafo. Sin embargo, en una avenida bulliciosa de Berlín cientos de paseantes se agolpan contra las vidrieras de un emporio comercial, atónitos ante unos muñecos animados capaces de expresar emociones con todos los rasgos de la cara. El creador de esas maravillas es un joven provinciano que aprendió los secretos de la mecánica en la relojería de su padre. Su fantástico don para fabricar autómatas de vivacidad sobrenatural y un erotismo melancólico le ganará un lugar, primero, en los escaparates de la moda, y luego en la vida nocturna berlinesa. Pero ese talento que hechiza a algunos adeptos no podrá con la tosca sensualidad de las nuevas masas urbanas. A August Eschenburg no le importa soñar sueños errados. A Steven Millhauser, tampoco. Y la literatura, y la inquieta prosa del mundo, lo agradecen y se alumbran, por un instante, como vidrieras. María Negroni